25/5/08

Hay un tiempo para todo

Démeter

Démeter es la diosa de todo lo que crece sobre la tierra, de todo lo que es sembrado y cosechado. Reina sobre los campos de cereales, los prados de alfalfa, las plantaciones de cerezos y naranjas y sobre los campos de lavanda. Es una favorita de Zeus, y eso siempre tiene sus ventajas, aunque es de temer la venganza de su esposa Hera. Démeter tiene dos hijos del padre de todos los dioses, un chico y una chica. Ella se llama Perséfone y es su preferida. Se dedica a crear nuevas flores y ayuda así a su madre. Su cuerpo es delgado y flexible como el tallo de una planta, su piel es suave como los pétalos de sus creaciones y tiene los ojos del color de las nomeolvides azules. Hoy Perséfone ha salido con su cubo de pintura a colorear unas flores transparentes que ha descubierto en un prado cercano. De repente ve un extraño arbusto que le es desconocido. Sus hojas son de un verde brillante y cuelgan de él unos pequeños frutos rojos similares a gotas de sangre. Después de contemplarlo un instante, decide que no le gusta y se apresura a arrancarlo. Pero el arbusto se agarra con toda la fuerza de sus raíces a la tierra. Cuando por fin consigue soltarlo y se quiere dar la vuelta para dedicarse a sus flores, se da cuenta con horror que el arbusto ha dejado un gran agujero negro, que se va extendiendo y del que salen unos sonidos escalofriantes. Ante su mirada sorprendida surgen de él seis caballos negros que tiran de un carro de oro. El auriga lleva un largo manto oscuro y una corona negra en la cabeza. Antes de que a Perséfone le dé tiempo de gritar, la misteriosa figura la coge y conduce su carro de nuevo al interior del pozo, que se cierra detrás de ellos como si nunca hubiese existido.
Démeter se preocupa más y más cuando su hija no vuelve al atardecer, hasta que decide ir a buscarla. Se monta con rapidez en su carro trenzado y vuela de un sitio a otro como un rayo verde. Al amanecer siguiente llega por fin al claro donde ha sucedido el rapto, y ve el arbusto arrancado, las huellas de dos grandes ruedas y el bote de pintura de Perséfone tirado. Llora de desesperación mientras escucha toda la historia, que le cuentan los árboles y la hierba. Ella puede adivinar quién le ha robado su hija: Hades, el dios de los Infiernos, y su desesperanza se incrementa cuando se imagina a la diosa de las flores encerrada en su lóbrega morada. Ante ella ve aparecer a un niño que busca setas para cenar. Éste se ríe de la diosa, pues nunca ha visto a un adulto llorar de esa forma. Gran error, porque Démeter, loca de rabia lo convierte en una lagartija. El chico no está acostumbrado a ser una lagartija y no sabe que hacer cuando un halcón se deja caer con un grito para atraparle. No ha durado mucho como lagartija.
Démeter ya ha llegado al Olimpo, le falta tiempo para irrumpir en el salón del trono y arrodillarse ante Zeus, el que porta la égida. "¡Justicia! Oh, Zeus, tu hermano Hades ha robado a nuestra hija ¡a nuestra hija!". Es que ella sabe en las posesiones es donde le duele al padre de los dioses. Pero en este caso no funciona, porque Hades es su hermano y al fin y al cabo todo se queda en la familia.
Así que Zeus contesta que Hades es un buen partido para su hija y que no se preocupe demasiado. Démeter se da cuenta de que será difícil conseguir un juicio justo, ya que a Zeus se le ve muy contento con su nuevo rayo, que lanza destellos azules y plateados. No es complicado deducir quién le ha hecho el maravilloso regalo. Claro que Démeter también tiene posibilidades de ejercer presión. Varias semanas más tarde, Zeus está intentando conciliar el sueño después de una agitada sesión de gobierno. Eso de ser el regidor del mundo es muy cansado. Por ello se molesta más y más y más cuando nota que algo le impide dormir como se merece. Es un murmullo proveniente de la tierra. Otra vez los humanos, claro. Nunca ningún animal le ha dado tantos problemas como le da el hombre. Sin embargo, parece que ocurre algo serio ahí abajo. Las cosechas están podridas, los campos secos, los árboles no llevan hojas, flores ni frutos y los animales al igual que los humanos morían de hambre. El dios de dioses llega a la conclusión que ha llegado la hora de solucionar el problema de Démeter para poder echarse la bien merecida siesta. La diosa de los campos llega exultante al palacio del Olimpo, y con razón, pues Zeus acuerda devolverle a su hija si ésta no ha comido nada en los Infiernos. Démeter está segura de haber conseguido lo que deseaba, ya que cree que su hija es demasiado infeliz en el reino de Hades como para tragar un sólo bocado de comida.
Y así pinta la cosa, ciertamente. El amo de los muertos está desesperado por conseguir que su amada coma algo. Le prepara deliciosos banquetes, le regala las joyas que una mortal ni siquiera podría imaginar e incluso le cede un jardín, donde puede plantar flores que no necesitan la luz del sol. Aún así, Perséfone no se digna a hablar con él salvo cuando se desahoga lanzándole terribles insultos a la cabeza. De todas formas, en el fondo, a la joven le agrada el cambio y tener al indomable rey de las almas pendiente de sus labios, estar rodeada de todo tipo de atenciones y bailar con los espíritus alegres en los Campos Elíseos. Nunca se lo confesaría a nadie, de modo que mantiene en pie su rechazo. Eso sí, Perséfone se ha encariñado en un niño recién llegado. Él la acompaña a todas partes, no habla y pasa desapercibido. Lo único extraño es que parece no tener párpados. La diosa de las flores no puede saber que es el mismo chico que su madre convirtió en lagartija. Pero él si lo sabe y clama venganza. Por eso, en un momento en el que los olores de otra comida deliciosa tientan a Perséfone y su voluntad flaquea, le trae la granada más bonita del jardín, jugosa y roja como un rubí. Ella piensa que Hades no se dará cuenta, y ávida abre el fruto por la mitad. Dudosa aún coge una perla y se la mete en la boca. Parece que nunca ha probado nada tan delicioso como aquellas pepitas agridulces. Toma otra, y luego dos más. Va por la sexta cuando viene su primo Hermes, el mensajero de los dioses, para anunciarle el acuerdo al que han llegado sus padres. Se van juntos y llegan felices a la morada de Démeter, pero mientras ésta abraza a su hija, Hades ya ha acudido a Zeus para enseñarle la granada empezada... En vista de lo ocurrido, el padre de los Dioses se decide por una solución intermedia. Como son seis las pepitas de granada que ha comido, van a ser seis los meses del año que Perséfone tenga que pasar en el Infierno con su esposo, y seis los que pase en los campos con su madre. Démeter lo acepta a regañadientes. "Sufriré cada día que no estés conmigo. Sufriré yo y también sufrirán todos los seres vivos, pues no crecerá cosecha alguna ni habrá hojas en los árboles o hierba en los prados durante los meses que pases con Hades".
Y esa es la razón por la que en el año hay un tiempo para sembrar y recolectar y disfrutar del verdor de los campos, y otro en el que la tierra descansa bajo una gruesa capa de hielo. En esa época se puede escuchar a veces la risa del dios de los muertos, que le da la bienvenida a su esposa, confundido con el bramido del viento o con los aullidos de los lobos.

Adaptación libre de Lea Sánchez Milde

1 comentario:

Danixa Laurencich dijo...

Ay Lea, qué sabiduría la de ustedes, cómo, cuándo fue que se volvieron tan sabios estos chicos?
Tenemos tanto que aprender las madres !!! tenemos tanto desespero adentro, por el tiempo, por la vida que se nos escapa, por no entender que hay un tiempo para todo, como decís vos.
Una belleza tu adaptación, Lea, los solores que le pusiste a cada palabra, me detuve en los colores,
cuánta magia en esa pequeña personita.
Dale un abrazo gigante (UF; ya sé que no tenés ganas)a tu madre de mi parte.
Y a vos qué te puedo dar, el deseo de que sigas así, una reina con pájaros en la cabeza y mariposas en la barriga!